Hay personas que me escriben solicitando que yo trate de reflejar la
vida cotidiana en Damasco. Por ejemplo, cuál es la situación de la
mujer, de una madre, respecto a las leyes vigentes; la de los niños,
jóvenes y ancianos, la de los seres anónimos. Y lo entiendo. Hay tanto
que ver y decir aquí, como en cualquier parte de mundo. Pero, a la vez,
tan pocas jornadas (nada más que seis días) impiden ver mucho, sobre
todo en un ambiente de estricto control –por el real peligro existente–
como el de ahora, donde hasta hablar en la calle con un desconocido
constituye un alto riesgo.
Incluso, intercambiar pareceres con nuestro propio guía no fue fácil
-aunque nos veíamos todos los días-, porque debía atendernos a todos los
visitantes. Y las actividades fueron intensísimas, con un promedio de
tres visitas o entrevistas por día. En medio de ese tráfago también
debíamos desgravar conversaciones y escribir, mientras sufríamos
sabotajes en las señales telefónicas y de internet. Apenas nos quedaba
tiempo para alimentarnos, asearnos y dormir.
Claro, en Siria
me hubiera gustado compartir con la gente, con el pueblo, no sólo con
autoridades; y preguntar, por ejemplo, sobre sus necesidades diarias,
sobre costos de vida, alcances de sueldos, derechos sociales,
inquietudes, disconformidades, etc. Pero no fue posible, principalmente
por las razones expuestas. Entonces me resigno a hacer lo que mi
precario alcance permitió. Y en función a eso escribo. Una anécdota
cazada al azar, una información fugaz, una deducción a partir de cosas
que se dicen -o se desdicen- o simplemente gestos de personas ante
situaciones determinadas.
Así voy sumando granos de hechos tratando de construir alguna imagen
pretendidamente veraz. Pero sé, de antemano, que es misión imposible.
Pero algo es algo, me digo. Y prosigo. No obstante, confieso que me
queda una sensación de impotencia al no poder recoger todo cuanto
debiera. Pero es lo que me tocó vivir ahora en Siria. Razón por la cual,
pido disculpas por no haber podido brindar más datos.
Otra gente supone que soy descendiente de sirios para haberme
arriesgado a entrar en este mundo extraño a Occidente. Y otras hablan de
mi “profundo compromiso con Medio Oriente”. Así, una sucesión de
apreciaciones que no dejan de sorprenderme. Porque, hasta donde yo sé,
no tengo ancestros árabes, aunque a estas alturas de la historia, eso es
ya difícil precisar, debido al marasmo de pueblos que se han
desplegado, durante siglos, por todo el orbe.
Recuerdo que estando yo en Ramallah, Cisjordania, los palestinos me
preguntaron cosas parecidas. Y les dije que mi solidaridad con los
palestinos –palestinos árabes, aclaremos, porque el Estado de Israel
también está dentro de la Palestina geográfica– obedece a la injusticia
que los israelíes cometen contra ellos. También les aclaré que para
brindarles mi apoyo moral (único sostén con que cuento) me basta con
querer justicia para todos en el mundo. Y les señalé que mi único afán
es que ellos, los palestinos, se conviertan en un pueblo libre. Y que si
alguna vez lograran reestablecer todos sus derechos conculcados y
conformaran el Estado Palestino, entonces, yo me sentiría contento. Con
la salvedad de que si ellos llegaran a cometer alguna vez contra
cualquier otro pueblo lo que el gobierno israelí comete contra ellos,
pues, desde ese momento, yo me pondría en contra del gobierno palestino,
como lo estoy ahora contra el poder de los israelíes.
Es que para desear justicia no se necesitan lazos de sangre. Ella
debe estar por encima de tales vínculos. E incluso cuestionar o condenar
si algún hermano o hermana si incurriese en delito, teniendo en cuenta
que una cosa es comprender y otra justificar. Mi único compromiso es con
mi propio ser y mi único credo son los seres que habitan el planeta,
más allá de cualquier nacionalidad. Como escribió José Martí: “Patria es
Humanidad”. Tal vez no en vano alguien dijo que todo ser humano tiene
dos patrias: la suya propia y Siria.
(Damasco-Beirut, mayo de 2013)
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