Martes, 7 de mayo. A las 10 de la mañana partimos para el hospital
militar de Damasco, donde entrevistaremos a heridos en combate. Se suman
a nosotros periodistas de la prensa escrita y de la televisión siria.
Las calles, como todos estos días, están atestadas de soldados armados
que controlan la ciudad, lo cual nos da cierta tranquilidad respecto a
la seguridad que pudiéramos tener. Sin embargo, exclamó Fady Marouf:
“Sólo Dios sabe de eso”.
Por supuesto, habiendo experimentado los atentados continuos, como la
semana anterior, más el reciente bombardeo aéreo israelí en esta
ciudad, cualquiera pensaría igual. Sobre todo, sabiendo que existen
francotiradores apostados en cualquier ventana de cualquier edificio.
Por otra parte, la televisión siria registra pormenores cotidianos de
estos acontecimientos. Y aunque es cierta la calma en la población,
debajo de ella subyace algo incómodo. Ante esa situación, cada uno de
nosotros se aferra a lo que cree y no cree. De todos modos, “la muerte
acecha en cualquier parte del mundo”, pienso. Y, paradójicamente,
recalar en estos rumbos constituye, para mí, un privilegio.
Llegamos al sitio indicado, donde custodios uniformados nos hacen
ingresar de inmediato a la Oficina Administrativa. Un hombre, también
uniformado, de aproximadamente 60 años de edad, nos recibe con el previo
saludo árabe de llevar una mano al pecho. Es el director y nos invita a
tomar asiento, ofreciéndonos café, té o agua, según el gusto de cada
uno. Se inicia la entrevista, y el director, sencillo y afable, responde
a todas nuestras preguntas, menos cuando le pedimos cifras de cuántos
heridos hay en el hospital. Se limita a decirnos que son muchos y que en
el predio se encuentra sólo a una parte del total, porque aquí no está
el hospital mayor. “Hay otro, que es el más grande no sólo de Siria sino
de todo Medio Oriente”, nos cuenta. También preguntamos qué sucede con
los heridos de otros bandos que caen en manos del ejército
gubernamental. Y nos responde que también ellos son atendidos con el
mismo cuidado que los soldados sirios. Esto me recuerda a lo que mis
amigos afirman: La salud y la educación son gratuitas para todos.
Finalizado el dialogo, pasamos a un edificio contiguo, de varios
pisos, para ver a los heridos. Los pasillos cuentan con guardias
fuertemente armados, quienes nos acompañan a las salas de internos. La
escena es sobrecogedora, como en cualquier sitio donde haya seres
humanos golpeados. Y describirla exige un capítulo aparte. Jóvenes que
desde sus camillas nos cuentan en qué circunstancias fueron alcanzados
por balas o por explosiones cercanas de algún misil. Alguien perdió un
ojo o un brazo o una pierna. Y allí están, a la espera de volver a la
vida. Uno de ellos, no muy maltrecho, nos dice que regresará a combatir
si fuese necesario. Tomamos fotos, filmamos, grabamos, anotamos en
papeles, y nos despedimos de ellos, diciéndoles el “gracias” que
aprendimos en lengua árabe: “Shúkran”.
Afuera, en pleno medio día, se oye en el aire el garganteo de la
oración musulmana. Pero también los sonidos cotidianos de morteros que
el ejército dispara -me dicen- hacia puntos donde se arrinconan bandos
que penetran, en su mayoría, por la frontera con Turquía, difícil de
controlar, debido a sus 800 kilómetros de longitud.
Antes de retomar el bus que nos trajo, la televisión siria nos
entrevista. En lo que mí respecta, les digo que vine invitado, motu
propio, sin representar a ninguna entidad o medio de comunicación, salvo
a mí mismo y a mis escritos y actividades en movimientos sociales. Y
que, en nuestros países, muchas personas consumen sólo lo que las
multinacionales propalan, razón por la cual les resulta difícil imaginar
lo que, en verdad, ocurre en estas latitudes. Pero les hablo también de
compatriotas que saben leer entrelíneas y que gustosamente estarían
aquí, en este momento, si pudiesen. Y que en esta lucha que hacen los
sirios por la soberanía que se la quieren arrebatar, cuentan con nuestro
apoyo moral, con nuestra solidaridad. Porque este pueblo, en defensa de
su identidad, como nación y como Estado, hoy por hoy, es un ejemplo
para el mundo.
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