Damasco. “Tal vez la batalla final en esta ciudad -sólo en esta ciudad- se libró hace una semana, cuando aviones israelíes la bombardearon, creyendo que con ello desatarían el pánico entre los soldados del ejército sirio, y entonces, acobardados, dejarían que ingresaran los grupos de insurgentes que se venían acercando. Pero ocurrió lo contrario”.
Siria bajo ataque israelí. Foto: Rtve.es |
Los atacantes armados se desbandan cada vez más. En Damasco ya sólo
quedan francotiradores y terroristas dispersos. Tal vez la batalla final
en esta ciudad -sólo en esta ciudad- se libró hace una semana, cuando
aviones israelíes la bombardearon, creyendo que con ello desatarían el
pánico entre los soldados del ejército sirio, y entonces, acobardados,
dejarían que ingresaran los grupos de insurgentes que se venían
acercando. Pero ocurrió lo contrario. Estos fueron replegados. Y los
sionistas de Israel sólo se ganaron, una vez más, otra medalla de
condena internacional, que la vienen acumulando desde hace largas
décadas.
Lo que hace dos años se inició como una protesta de un sector de la
ciudadanía, se fue contaminando y pasó a convertirse en una bola de
nieve, donde fuerzas exógenas aprovecharon la situación para manipular
el descontento e infiltrar mercenarios y terroristas dispuestos a todo.
He visto el sitio donde había explotado un coche bomba, a las 11 de
la mañana, frente al Banco Nacional de Siria. Aún hay rastros de aquella
tragedia que arrojó un saldo de 35 muertos y más de 200 heridos. La
detonación dejó su impronta negra en el piso y las paredes, y obligó se
duplicar el control en todas partes, mientras las cosas materiales
caídas se vuelven a levantar.
Pese al alerta de puestos militares en numerosos puntos de la ciudad,
donde los soldados están pertrechados no solo con armas, sino también
guarnecidos entre paredes de sacos de arena, la vida en Damasco
prosigue. Pululan vehículos de todo color y marca, y un gentío inmenso
se entrecruza a toda hora, para trabajar, para comprar, para conversar.
Precisamente, esta mañana tuvimos tres entrevistas: una con la
Asociación de Periodistas de Siria, otra con el director del Museo de
Arqueología, quien nos manifestó, entre otras cosas, su preocupación por
el peligro que corren los patrimonios históricos, en estas
circunstancias; y la tercera fue con la máxima autoridad religiosa de
Siria, el Mifti Ahmad Badreddine Hassoun.
El Mifti nos recibió en su despacho con su sonrisa constante. Es un
hombre brillante, con profundo conocimiento de la historia y de los
complejos problemas que aquejan al mundo. Sus palabras me recordaron
algo de lo que yo había observado en un texto que escribí, tras mi
primera visita a este país: que aquí conviven, todas las creencias
religiosas, y las personas que las profesan conversan sin contrariedades
entre sí. Recordé, a la vez, el pueblito de Maalula, cercano a Damasco,
al que llegué años atrás, donde se habla cotidianamente el arameo de
los tiempos de Jesús. Pena que esta vez yo no pueda regresar allá.
Es esta unidad -en la diversidad- la que desprecian quienes
planifican desde hace décadas tumbar a Siria. Porque proyectan separar a
unos de otros, como ya lo hicieron en gran parte del orbe, para generar
extremismos religiosos que debilitan a los pueblos, y apoderarse de
ellos. En su afán de lograrlo, apelan a todas las artimañas ya conocidas
a través sus poderes, como, por ejemplo, las multinacionales de la
comunicación, a través de las cuales desatan la calumnia, la difamación,
la manipulación. Así destrozaron Iraq, así cercenaron a Libia, así
quisieran también someter a Corea del Norte.
Menos mal que el pueblo sirio es consciente de ello y está dispuesto a
dar la vida en defensa de su identidad pluralista. Razón por la cual el
Mifti nos habló de la admiración que siente hacia América Latina,
justamente por la variedad de culturas que la conforman. Y señaló, con
énfasis, que en ello reside uno de los pilares de nuestra
potencialidad, fuente de nuestra riqueza.
Como si fuesen truenos, retumba el cielo. Son los cañoneos de la
artillería siria, que siguen resonando de mañana, tarde y noche. Pero
Damasco no cayó y prosigue avanzando, pletórica, hermosa, sin pausa,
hacia su vida pacífica. Ojalá. No en vano dicen que cuando le
preguntaban a Mahoma por qué rehusaba visitar Damasco, el profeta del
Islam respondía: ¨¡No se puede visitar el Paraíso dos veces!”. Si fuese
cierta esa historia o leyenda, entonces, lo siento: esta es mi segunda
visita a Damasco. Y tengo la esperanza de que no sea la última.
(Damasco, 9 de mayo de 2013)
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